«Encontrar otro mundo
—dice— no es únicamente un hecho imaginario. Puede ocurrirles a
los hombres. Y también a los animales. A veces las fronteras se
deslizan o se confunden: basta con estar allí en aquel
momento. Yo presencié cómo le ocurría esto a un cuervo. Este
cuervo es vecino mío. Jamás le he hecho el menor daño, pero tiene
buen cuidado en mantenerse en la copa de los árboles, volar alto y
evitar la Humanidad. Su mundo empieza donde se detiene mi débil
vista. Ahora bien, una mañana, nuestros campos se hallaban sumidos
en una niebla extraordinariamente espesa, y yo caminaba a tientas
hacia la estación. Bruscamente, aparecieron a la altura de mis ojos
dos alas negras y enormes, precedidas de un pico gigantesco, y todo
se alejó como una exhalación y con un grito de terror como espero
no volver a oír otro en mi vida. Este grito me obsesionó toda la
tarde. Llegué hasta el punto de mirarme al espejo, preguntándome
qué habría en mí de espantoso...
No hay comentarios:
Publicar un comentario