A principios de este siglo XXI, que ya avanza por su
segunda década, pensadores norteamericanos rescataron el principio del
premio Nobel alemán en Física (1932) Heisenberg que nos decía que
resulta imposible conocer a la vez la posición y la cantidad de
movimiento de una partícula, porque al medir una se altera la otra. Es
uno de los fundamentos de la física cuántica. Sobre esta base la ciencia
moderna nos dice que no podemos obtener certezas, sino sólo
probabilidades, respecto de los fenómenos físicos, y que las
conclusiones que se alcanzan sobre cualquiera de ellos dependen siempre
del observador. La Física Cuántica es una manera de describir el mundo.
Su campo de actuación es el de las partículas elementales, que se
desenvuelven de manera misteriosa para la percepción ordinaria, ajenas a
las leyes de los objetos físicos, dando lugar a diferentes
interpretaciones. Este importante debate filosófico y científico se
remonta al Siglo IV antes de Cristo, cuando Platón señaló, con el mito
de la caverna, que no conocemos la realidad, sino las sombras que el
mundo refleja en las paredes de la caverna en la que estamos encerrados.
La realidad, en definitiva, se reduce a la percepción y
la percepción (a la que llamamos realidad) se forma por el efecto
combinado de creencias, pensamientos y emociones.
Llegados a este punto del artículo, se preguntará el
lector (si no ha abandonado ya la lectura) a donde quiero ir cuando lo
habitual es que me dedique al análisis, comentario o propuesta en el
campo político. Pues bien, estas iniciales reflexiones sobre el sentido
de la percepción de la realidad, son plenamente aplicables a la
observación del acontecer político más reciente en el ámbito nacional
marcados por el desplome en la confianza que el ciudadano va
experimentando sobre los dos partidos que en las últimas décadas han
protagonizado la alternancia política, el PP y el PSOE.
Una certeza es el acusado descenso del Partido Popular en
las encuestas sobre intención de voto no puede sorprender a nadie.
¿Cómo podría ocurrir otra cosa con un partido que hace lo contrario de
lo prometido, que carece de un proyecto para España más allá de salir
del paso y que todo lo que transmite es impotencia («no queremos
hacerlo, pero nos obligan»). Además, cuanto más se profundiza en las
raíces de la crisis, más visible se hace la responsabilidad del PP en la
situación que vivimos: condujeron al desastre a las cajas de ahorros
que controlaban, derrocharon el dinero público en las comunidades y
ayuntamientos que gobernaban y apoyaron reformas fracasadas del anterior
gobierno.
Tampoco llama la atención que el PSOE sea incapaz de
remontar incluso en medio del naufragio del PP. Los socialistas siguen
incapacitados para hacer oposición toda vez que sólo aciertan cuando
piden al Ejecutivo que tome medidas que ellos no tomaron cuando
gobernaban. Al evitar la autocrítica, la renovación y la petición de
disculpas, el Partido Socialista se mantiene de espaldas a la realidad, y
por tanto sólo puede fingir que hace política.
Aun así, el desgaste de los dos partidos mayoritarios
solo puede producirse porque los ciudadanos perciben la existencia de
alternativas. Según algunos sondeos recientes, Unión Progreso y
Democracia obtendría cerca del 7% de los votos, un 45% más de lo que
obtuvo en las generales del pasado 20 de noviembre. UPyD ha logrado
mayor visibilidad desde que logró formar grupo parlamentario propio en
el Congreso de los Diputados, pero la visibilidad es un arma de doble
filo: sólo ayuda al que hace un buen trabajo, mientras que hunde al que
sólo sabe aportar ruido. Eso ofrece al ciudadano certezas y no
probabilidades que terminen pervirtiendo lo expresado en las campañas
electorales.
En lo que llevamos de legislatura UPyD ha apoyado medidas
del Gobierno que encajan con sus planteamientos y se ha opuesto a las
que no lo hacen, como la reforma laboral, las dos fallidas del sistema
financiero o los recortes en Educación y Sanidad impuestos sin aplicar
la tijera a lo superfluo. Ha planteado decenas de iniciativas, la
reforma del modelo de Estado, la dación en pago, la custodia compartida o
la ilegalización de los proetarras. Se mantiene fiel a su programa
electoral, por coherencia y compromiso con los ciudadanos, y la realidad
sigue poniendo de relieve el valor de sus propuestas. Tanto es así, que
muchas son copiadas por dirigentes de los otros partidos, sobre todo
cuando tienen la certeza de que no van a salir adelante.
En definitiva, y como dijo el propio Heisenberg, «las
ideas no son responsables de lo que los hombres hacen de ellas». PP y
PSOE ofrecieron buenas ideas en noviembre del año pasado en las
elecciones generales (como todos), pero no eran certezas si no
probabilidades que terminaron convirtiéndose en fraudes a sus electores.
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