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miércoles, 2 de mayo de 2012

Bello y feo. - Nada está más condicionado, digamos más restringido, que nuestro sentimiento de lo bello. Quien se lo imaginase desligado del placer del hombre por el hombre perdería enseguida el suelo y el terreno bajo sus pies. Lo «bello en sí» no es más que una palabra, no es siquiera un concepto. En lo bello el hombre se pone a sí mismo como medida de la perfección; en casos escogidos se adora a sí mismo en lo bello. Sólo de ese modo puede una especie decir sí a sí misma. El más hondo de sus instintos, el de autoconservación y autoexpansión, sigue irradiando en tales sublimidades. El hombre cree que el mundo mismo está sobrecargado de belleza, - olvida que él es la causa de ella. Unicamente él le ha hecho al mundo el regalo de la belleza, ¡ay!, sólo que de una belleza muy humana, demasiado humana... En el fondo el hombre se mira en el espejo de las cosas, considera bello todo aquello que le devuelve su imagen: el juicio «bello» es su vanidad especifica... De hecho, acaso una pequeña suspicacia le susurre al escéptico estas preguntas al oído: ¿está realmente embellecido el mundo porque precisamente el hombre lo considere bello? El hombre lo ha humanizado: eso es todo. Pero nada, nada en absoluto nos garantiza que precisamente el hombre proporcione el modelo de lo bello. ¿Quién sabe qué aspecto ofrece el hombre a los ojos de un juez más alto del gusto? ¿Acaso un aspecto atrevido?, ¿acaso incluso un aspecto hilarante?, ¿acaso un aspecto un poco arbitrario?... «Oh Dioniso, Divino, ¿por qué me tiras de las orejas?», preguntó Ariadna en una ocasión, en uno de aquellos famosos diálogos en Naxos, a su filosófico amante. «Encuentro una especie de humor en tus orejas, Ariadna ¿por qué no son aún más largas?


Nada es bello, sólo el hombre es bello: sobre esta ingenuidad descansa toda estética, ella es su primeva verdad. Añadamos enseguida su segunda verdad: nada es feo, excepto el hombre que degenera, - con esto queda delimitado el reino del juicio estético. - Calculadas las cosas fisiológicamente, todo lo feo debilita y acongoja al hombre. Le trae a la memoria decadencia, peligro, impotencia; de echo en presencia de lo feo el hombre pierde energía. Se puede medir su efecto con el dinamómetro. En general cuando el hombre está deprimido es que ventea la proximidad de algo «feo». Su sentimiento de poder, su voluntad de poder, su valor, su orgullo -todo eso baja con lo feo, sube con lo bello... Tanto en un caso como en otro nosotros sacamos una conclusión: las premisas de la misma se hallan acumuladas en cantidad enorme en el instinto. Lo feo es concebido como señal y síntoma de degeneración: lo que recuerda, aunque sea desde muy lejos, la degeneración produce en nosotros el juicio «feo». Todo indicio de agotamiento, de pesadez, de vejez, de fatiga, toda especie de falta de libertad, en forma de convulsión, de parálisis, sobre todo el olor, el color, la forma de la disolución, de la descomposición, aun cuando esto esté tan atenuado
que sea sólo un símbolo - todo eso provoca una reacción idéntica, el juicio de valor «feo». Un odio irrumpe aquí: ¡a quién odia aquí el hombre! Pero no cabe duda: a la decadencia de su tipo. Aquí él odia desde el instinto más profundo de la especie; en ese odio hay estremecimiento, previsión, profundidad, visión a lo lejos, -es el odio más profundo que existe. A causa de él es profundo el arte...

- Cierra el libro, Louis, estás sangrando.