El individuo siente la inutilidad de los deseos y los objetivos humanos y el orden sublime y
maravilloso que revela la naturaleza y el mundo de las ideas. La existencia individual le
parece una especie de cárcel y desea experimentar el universo como un todo único y
significativo. Los inicios del sentimiento religioso cósmico aparecen ya en una etapa
temprana de la evolución, por ejemplo en varios salmos de David y en algunos textos delos
profetas. El budismo, como hemos aprendido gracias sobre todo a maravillosas obras de
Schopenhauer, tiene un contenido mucho más rico aún en este sentimiento cósmico.
Los genios religiosos de todas las épocas se han distinguido por este sentimiento religioso
especial, que no conoce dogmas ni un Dios concebido a la imagen del hombre; no puede
haber, en consecuencia, iglesia cuyas doctrinas básicas se apoyen en él. Por tanto, es
precisamente entre los herejes de todas las épocas donde encontramos hombres imbuidos de
este tipo superior de sentimiento religioso, hombres considerados en muchos casos como
ateos por sus contemporáneos, y a veces considerados también santos. Si enfocamos de este
modo a hombres como Demócrito, Francisco de Asís y Spinoza, veremos que existen entre
ellos profundas relaciones.
¿Cómo puede comunicar y transmitir una persona a otra este sentimiento religioso cósmico,
si éste no puede engendrar ninguna noción definida de un Dios y de una teología? Según mi
opinión, la función más importante del arte y de la ciencia es la de despertar este sentimiento
y mantenerlo vivo en quienes son receptivos a él.
Llegamos así a una concepción de la relación entre religión y ciencia muy distinta de la
habitual. Cuando uno enfoca la cuestión históricamente, tiende a considerar ciencia y
religión antagonistas irreconciliables, y por una razón de lo más evidente. El individuo que
está totalmente imbuido de la aplicación universal de la ley de la causalidad no puede ni por
instante aceptar la idea de un ser que interfiera en el curso de los acontecimientos... siempre,
claro está, que se tome la hipótesis de la causalidad verdaderamente en serio. Para él no tiene
ningún sentido la religión del miedo y lo tiene muy escaso la religión moral o social. Un
Dios que premia y castiga es inconcebible para él por la simple razón de que las acciones del
hombre vienen determinadas por la necesidad, exterrna e interna, por lo que no puede ser
responsable, a los ojos de Dios, lo mismo que no lo es un objeto inanimado de los
movimientos que ejecuta. Se ha acusado, por ello a la ciencia de socavar la moral, pero la
acusación es injusta. La conducta ética de un hombre debería basarse en realidad en la
compasión, la educación y los lazos y necesidades sociales; no hace falta ninguna base
religiosa. Triste sería la condición del hombre si tuviese que contenerse por miedo al castigo
y por la esperanza de una recompensa después de la muerte.
Es, por tanto, fácil ver por qué las Iglesias han combatido siempre a la ciencia y perseguido a
los que se consagran a ella. Por otra parte, yo sostengo que el sentimiento religioso cósmico
es el motivo más fuerte y más noble de la investigación científica. Sólo quienes entienden los
inmensos esfuerzos y, sobre todo, esa devoción sin la cual sería imposible el trabajo
innovador en la ciencia teórica, son capaces de captar la fuerza de la única emoción de la que
puede surgir tal empresa, siendo, como es, algo alejado de las realidades inmediatas de la
vida. ¡Qué profundos debieron ser la fe en la racionalidad del universo y el anhelo de
comprender, débil reflejo de la razón que se revela en este mundo, que hicieron consagrar a
un Kepler y a un Newton años de trabajo solitario a desentrañar los principios de la
mecánica celeste!. Aquellos cuyo contacto con la investigación científica se deriva
principalmente de sus resultados prácticos es fácil que se hagan una idea totalmente errónea
de la mentalidad de los hombres que, en un mundo escéptico, han mostrado el camino a
espíritus similares a ellos, esparcidos a lo largo y ancho del mundo y de los siglos. Sólo quien
ha dedicado su vida a fines similares puede tener idea clara de lo que inspiró a esos hombres
y les dio la fuerza necesaria para mantenerse fieles a su objetivo a pesar de innumerables
fracasos. Es el sentimiento religioso cósmico lo que proporciona esa fuerza al hombre. Un
contemporáneo ha dicho, con sobradas razones, que en estos tiempos materialistas que
vivimos la única gente profundamente religiosa son los investigadores científicos serios.
Albert Einstein
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