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miércoles, 27 de febrero de 2013

Gatos

“Muchas de las cosas que los seres humanos tenemos que trabajarnos incansablemente para conseguirlas, ya de manera natural las gozan los gatos. Es uno de los animales más misteriosos que existen, con una psicología muy peculiar. Su cerebro es mucho más similar al del hombre que el del perro, pero sus reacciones son, por un lado, siempre previsibles (les gustan los rituales, como si de la más sagrada liturgia se tratase) y a la par imprevisibles. Tienen una asombrosa inteligencia y son capaces de reaccionar en fugaces momentos cuando las circunstancias lo requieren. Su oído tiene un poder de escucha dieciséis veces superior al del hombre y pueden ver casi en la oscuridad total. Saben combinar los movimientos más rápidos y sagaces con lo que se llama en la tradición del yoga “la detención consciente”. Son flexibles y pueden ejecutar las asanas más diversas y sofisticadas. Saben absorber los impactos y se considera, ya desde la más remota antiguedad en Egipto, que tienen la capacidad de filtrar las energías conflictivas o negativas. Son sumamente perceptivos y no es de extrañar que mi buen amigo el doctor Antonio Tallón, mi neurólogo durante mi gravísima enfermedad (como reseño en mi obra En el límite) me dijera a propósito de mi gato Emile: “Es como usted, pero percibe más que usted”. Pueden estar sumamente atentos, como el yogui más entrenado, con la concentración unificada y muy intensa, siendo capaces de alcanzar planos mentales que parecen de éxtasis o samadhi. Su capacidad para estar vigilantes y a la vez sueltos y relajados es admirable. Eso es dyana, meditación en el radja-yoga: atento y ecuánime, hiperalerta y sereno. No es menor esa capacidad para realizar el savasana o relajación profunda, que pueden llevar a cabo con facilidad sorprendente en las circunstancias más arriesgadas. En cuanto a estirarse, lo hacen como nadie, con fluidez, elegancia y espontaneidad. Llevan a rajatabla la limpieza corporal, como recomiendan los antiguos textos de yoga; saben comer lo justo y conveniente, duermen con profundidad altamente reparadora y no pierden ocasión para investigar en la realidad que les rodea, con viva curiosidad. Siempre nos están enseñando y uno no se cansa de observarlos. Son grandes maestros y tienen la ventaja, sobre muchos gurús, de no tener infatuación, ego desmesurado, afán de poder y altivez. Son dignos desde la humildad. Tienen algo de la verdadera naturaleza búdica, pues no se alteran sin necesidad y viven conectados con el momento presente. A la vez son amorosos e independientes, tal como el yoga aconseja: ·”Ser de todos pero de nadie en demasía”. Tienen un desarrollado sentido lúdico y los yoguis (como era el caso de Sivananda) valoran mucho el sentido del humor y aprender a desdramatizar y ver las cosas como son. Sí, les gusta jugar y así viven distendidos el samsara (el universo fenoménico). Sus movimientos son armónicos, su mirada es limpia y cristalina, su respiración es calma y su corazón es cálido y amistoso. Saben reaccionar en la urgencia del momento, pero sin agresividad; no acarrean resentimiento ni rencor. Y saben seguir la instrucción de mi admirado y estrecho amigo Baba Sivananda de que “no haya pensamiento sin acción”. Desde luego, lo que parece bien cierto es que no se pierden en elucubraciones inútiles y, siguiendo la instrucción zen, cuando tienen hambre, comen, y cuando tienen sueño, duermen. No les gusta ser atosigados ni presionados, y por eso no atosigan ni presionan; como quieren ser respetados, respetan.

Fuente: http://www.sanchezdrago.com/blog/?p=1303#more-1303

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